Recordaremos
lo más característico del pelícano, ave
palmípeda, que vive actualmente en la zona del mar Negro en Egipto y de Grecia
hasta la India. Realiza su nido en tierra, pero para alimentar a sus crías se
traslada hasta el mar. Lo más característico
de este animal es la bolsa que tiene bajo el pico, donde coloca el pez que ha
pescado, hasta que regresa al nido y frotando enérgicamente el pico contra el
pecho, hasta que surge la sangre, para sacar sus pescados, y dar de comer a su
progenie.
Dentro
de la simbología de nuestra religión, puede llamarnos la atención que un animal
repudiado en la antigua ley hebraica, (Levítico 11, 13.): “He aquí entre las
aves las que tendréis por abominación, y no las comeréis por ser cosa
abominable: el águila, el quebrantahuesos…el cisne, el pelícano, el calamón…”
Al igual que el pelícano, Jesús sería considerado blasfemo e inmundo, sea desde tiempos muy antiguos, junto con el
cordero y el pez, parte de nuestra iconografía.
Volviendo
a lo que nos ocupa, los primeros
cristianos, tal vez influidos por las civilizaciones en las que están
inmersos, al querer representar ese gran
momento de la resurrección de Nuestro Señor, se fijan en el mito del ave fénix,
pero al ser un mito pagano, no se puede adoptar como tal, hay que encontrar
otro animal que pueda explicar, en sí mismo, y se fijan en el pelícano.
Nos
puede sorprender, la adopción del pelícano como elemento simbólico e
interpretativo del momento más importante para los cristianos, como es la
resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, venciendo a la muerte, acto que
rememoramos en la Santa Misa, en esta creencia el pelícano, se abre el pecho
para alimentar con su sangre a sus crías, y hacerlas revivir, lo que representa
mejor la idea cristiana, en detrimento del fénix.
Entre
los primeros santos que escriben sobre este símbolo son: San Eusebio (+340): “el
pelícano se levanta sobre el nido y se lastima el pecho hasta sangrar, haciendo
caer la sangre sobre los pajaritos muertos que de esta manera vuelven a la vida”, y San Agustín (+430) que también escribe en
la misma línea. Además San Epifanio, San Basilio y San Pedro de Alejandría citan
textualmente el Physiologus, un texto escrito por autor anónimo en el siglo II
d.C.; Durante un tiempo esta concepción es abandonada, hasta que en el siglo
XIII reaparece con gran fuerza, pero esta vez como símbolo del Cristo Redentor.
Dante, en su Paradiso, se refiere a Cristo como “nuestro Pelícano”, y
Shakespeare, en Hamlet: “¡Oh! A mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos
brazos, y semejante al pelícano amoroso, los alimentaré si necesario fuese con
mi sangre misma”, en boca de Laertes.
En
la celebración de la Santa Misa, se produce la transustanciación, el pan y el vino se
convierten en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesús, esa eucaristía que
nos alimenta tanto el cuerpo como el alma, lo cual tendría un paralelismo con la
antigua creencia sobre el pelícano, que arrancaba partes de su carne para
dársela a sus crías y que estas volvieran a la vida. Como la Eucaristía
alimenta a los cristianos.
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